La idea del Progreso no sólo se hizo un hueco en el mundo del anarquismo como contraposición maniquea al oscurantismo del Antiguo Régimen. La fe en la ciencia frente al pensamiento doctrinario de la religión, no enmascaraba otros aspectos también sujetos a la influencia de este modelo ideológico. El afán por el productivismo,6 el empeño por la adopción del positivismo como dogma científico, o la copia lisa y llana de las teorías criminológicas y psiquiátricas burguesas,7 son claros ejemplos de cómo el anarquismo ha asimilado hasta nuestros días el discurso del Progreso material como algo propio. Y como bien afirmaban en un texto Los Amigos de Ludd, colectivo al que perteneció el propio Ardillo, reflejando las contradicciones inherentes al pensamiento libertario sobre este asunto:
A los anarquistas les espantan las minas y las ciudades llenas de polución, el estrés de las grandes urbes y las cadenas fabriles de montaje. Del progreso sólo desean conservar el producto acabado: la avioneta eléctrica que pasa silenciosamente por el cielo limpio.8
Es por tanto este muro ideológico el que grosso modo, y salvando las generalizaciones, sigue atenazando el pensamiento anarquista a la hora de hacer frente a un lastre semejante en el análisis y la crítica social e histórica. Un peso muerto, primero importado del pensamiento burgués y después generalizado por todo el izquierdismo, que el anarquismo ha hecho propio en no pocas ocasiones y del que, salvo honrosas excepciones, no se ha sabido librar para avanzar en una idea propia de Revolució